martes, 4 de septiembre de 2007

EL CASERÍO



Domingo 7:

Lloviznaba:

La noche anterior lo trajeron. Lo encerraron en la capilla. Lo conminaron a estarse de rodillas durante toda la noche. Debía orar a Dios por haber agredido a su mujer i a su hijo. Marcos i Manuel lo vigilaban. Cada tres horas, por turno, uno de los vigilantes asomaba la cabeza por la pequeña ventanilla para impedir que se durmiera. Sobre todo, para que no abandonara el círculo rojo. Ahí debía permanecer rezando.

Hoy domingo, estaba allí, abrigado con su poncho negro, con rayas blancas por los bordes. Tiene el sombrero estrujado contra su pecho i las manos juntas en ademán de perdón. En sus labios, una soguilla verdosa va de extremo a extremo, en forma de una u. Los ojos achinados se le habían hundido más, parecían que iba a llorar, hasta que le saltaron las lágrimas. Miraba fijamente a los ángeles que estaban colgados de la cúpula, blandían espadas relucientes, tenían cascos como los romanos. "La tristeza de mi padre -recordaba Rafael- nació cuando los gringos nos llevaron al salón comunal: allí lo vimos caminando por las paredes, se movía, hablaba, hasta tomaba su chicha. Nosotros nos asustamos i él se puso triste, al poco tiempo murió. Dijo que su alma había sido atrapada por una máquina. Yo busqué a los gringos por todos los pueblos para que me devolvieran su alma i no pude hallarlos, desde esa vez, mi padre va penando por los pueblos i los cerros. I ayer, señor ángel, un gringo estaba mirando a mi mujer i a mi hijo con el ojo de su máquina. Me molesté tanto que rompi la máquina i pegué a mi mujer i a mi hijo. Sálvanos pues, Señor ángel, con tu espada mata a los gringos i suelta las almas de mis hermanos..."

Un ruido llamó la atención de Rafael hacia la ventana. Era Manuel quien lo llamaba, alcanzándole un cigarrillo encendido: "pal frío" -le gritó-. Rafael oyó cómo cantaban los chihuancos desde sus nidos. I sintió la fuerza de los vientos que luchaban por arrancar las ramas de los árboles, el murmullo de sus hojas le fue adormeciendo todo el cuerpo. Cuando Manuel volvió a mirar a través de la ventanilla, vio que Rafael continuaba arrodillado dentro del círculo, estaba inmóvil como una estatua.

Manuel metió la mano por debajo del poncho i sacó dos cigarrillos: "pal frío", le dijo a Marcos, alcanzándole uno de los cigarrillos. Desde afuera oían un ronquido aflautado, seguido de una tos seca.

- Crees tú que nos hemos convertido en verdugos de nuestros hermanos? -preguntó Manuel.
- No sé. Yo sólo cumplo órdenes. I, eso lo aprendimos en el ejército. Ya no te acuerdas?
- Hummm -masculló Manuel moviendo la cabeza i agregó: "Pero yo sé que estamos haciendo mal".


Marcos no respondió. El viento había sido vencido i la lluvia empezaba a disparar sus primeros granizos. Marcos i Manuel se vieron obligados a refugiarse en el templo. Sintieron olor a incienso i a ceras e instintivamente oyeron en toda la iglesia la musiquilla monótona i tristona de los domingos. Vieron en una caja de vidrio cálices de plata i de oro; las casullas, bordadas con hilos amarillos, con íconos i cruces en alto relieve. Una lucecita roja alumbraba todo el Altar Mayor. Cuando dejó de llover: el día se fue aclarando. La primera luz que se filtró por una de las ventanas cayó sobre la tapa roja del misal.

La neblina parecía que hubiera descendido hasta las faldas de los cerros. Los pájaros dejaban oír su canto por todas partes, rompiendo la quietud de la mañana. Las palomas circunvolaban en torno al templo. La granizada envejeció los techos de paja.

Al pie del monte se veía imponente el caserío, junto a él se levantaba un pequeño templo, enclavado entre dos colinas; un enorme río bajaba por el cañón cuyas aguas se deslizaban ruidosamente por debajo del templo por tres enormes boquerones. Constantemente se escuchaban gritos i ayes dolorosos que provenían de la capilla, perdiéndose en el concierto de los pájaros. Los hombres, las mujeres i los niños espiaban desde sus puertas: temerosos.

A las seis de la mañana, en punto, la gobernadora estuvo parada en una de las esquinas de la pequeña plaza del poblado, sostenía con la mano izquierda un paraguas, del cual caía el agua, en infinitas gotas. Una blanca chalina ondeaba en sus anchas espaldas, Manuel i Marcos se quitaron los sombreros i la saludaron inclinando la cabeza, sus rostros se habían puesto colorados por el frío i el trago. Cuando se abrieron las puertas, Rafael, vio primero una sombra, luego el bastón con puño de plata. "Mamá Julia" -dijo para sus adentros-. La mujer: alta, robusta i blanca ingresó rengueando. No miró a Rafael. Al acercarse al altar, apoyó una rodilla en el primer peldaño i se persignó. Alzó un crucifijo i un látigo con empuñadura de oro- Después de orar, se volvió, violentamente, i dijo casi gritando:

- (Jura por Dios, que ya no pecarás! (jura!

El hombre estaba arrodillado dentro del círculo, lloraba copiosamente, se agarraba los brazos; suplicaba que lo dejaran ir, que ya no pecaría, ni pegaría a su mujer ni a su hijo.

La mujer blanca, con el rostro adusto, imponente i ceremoniosa, mantenía firme el crucifijo. La gobernadora estiró la mano hasta él:

- (Besa tres veces i jura que ya no pecarás! -insistía la mujer.

El hombre besó i juró.

- (He ahí, tu mujer! -dijo la gobernadora.

El la miró avergonzado. Ya no estaba ensangrentado su rostro, pero tenía los ojos rojos i los pómulos amoratados.

- (Bebe el agua de este cáliz!

Bebió el agua más amarga de su vida. El agua tenía el color de la sangre. Manuel i Marcos habían lavado cuidadosamente el rostro desfigurado de Roberta. Esa agua bebía en el cáliz, Rafael.

- (Levántate i ve en paz con tu mujer e hijo! -dijo con la voz quebrada, tenía la mirada perdida en el monte de los álamos.

- Si vuelves por acá -agregó- ya no dormirás en el círculo, ni rezarás, ni los golpes serán con este látigo. Te advierto: "(serás sellado!" -sentenció.

Rafael, hecho un güiñapo, atravesó el umbral de la puerta. Iba cabizbajo, tras él iban su mujer i su hijo. Los tres sintieron una oleada de aire fresco.

Manuel i Marcos, al despedirse de la gobernadora, dibujaron ademanes de sumisión i vasallaje. Ella puso el látigo en el altar, sus puntas metálicas danzaban como el péndulo del reloj.

"Será sellado" -murmuró.

I recordó todo el proceso del marcado de sus caballos.
La gobernadora alzó su bastón i empezó a caminar rengueando, antes de cerrar las puertas de la capilla, volteó i vio que aún danzaban las bolitas metálicas del látigo. Cerró fuerte la hoja de la puerta i subió despacio el monte de los álamos. Las puntas de sus chalina blanca eran arrojadas por el viento hacia atrás.

ELLOS SON DE OTRA RAZA, HIJO MÍO



Autor: Feliciano Padilla

DE LOS CARRIZOS HA VERTIDO SANGRE
CUÁNTAS VECES SE HABRÁ DECAPITADO
EL SILENCIO
Luis de Rodrigo

Son peor que la mala yerba, Gumercindo, hijo mío. ¿Me estás escuchando? Te estoy diciendo que estos satanases no dejan crecer los maizales. Como alacrán cargan veneno en la cola y cuando pican friegan toda creación del Señor. Se muere rapidito todo cuanto tocan. ¡Ellos son de otra raza, hijo mío! Quién creyera, pero, nada más con su presencia se nos viene la jodedera y somos como zapallo que bajo sombra no puede florecer. Que hemos sufrido, siempre hemos sufrido. Hemos llorado sangre en Patibamba, Pachachaca y San Gabriel, durante el tiempo de las haciendas. Con decirte que cortábamos la caña de sol a sol sin recibir un centavo partido en dos. Yo era chiuchicito todavía, pero igual le daba a la tierra con toditas mis fuerzas. Mis papás murieron maldiciendo su mala suerte, porque al final de su camino se convencieron de que habían trabajado de balde y terminaron más pobres que los chihuancos, sin casa, ni tierra donde sembrar. Por eso, en aquellos tiempos se arrejuntaron nuestros mayores uniendo sus lágrimas y sus corazones arrebiatados, y lucharon, carajo, como pumas, como ucumaris; desgraciadamente, fueron aniquilados.

Padre e hijo seguían zigzagueando cerro abajo por un sendero orillado de piedras, retamas y pisonayes. Extensos cañaverales y plantaciones de duraznos y chirimoyas circundaban el camino. Gumercindo, sofocado por el calor ardiente del valle, se quitó su vetusto sombrero y miró fijamente a su padre: se cubría la cabeza con otro sombrero parecido al suyo y flotaba al viento las hilachas de su raída camisa. El niño confirmó una vez más las enormes huellas que surcaban el rostro cobrizo de su padre. El sol no daba tregua y se dijera que calcinaba las sombras de los dos caminantes.

Después, hijo, llegó la reforma agraria, exclamó Presentación Huahuasonqo. El patrón ya no comerá tu sudor, nos decían los promotores; pero, igualito nomás seguíamos jodidos. Como los hijos de los hacendados se habían convertido en gerentes, nuestro sufrimiento creció hasta los cielos como el humo de las moliendas. Se nos pagaba jornales, es cierto; pero, no éramos dueños de nada, más que de nuestra maldita suerte. Nunca te fíes de ellos, hijo mío, te lo digo yo que los conozco, que sé de qué pata cojean y qué buscan estos satanases. Si no me haces caso, de tus espaldas sacarán oro puro para seguir inflando sus pechitos como los pavos de tu tía Venancia.

Son unos malnacidos, Gumercindo. A veces se pelean entre ellos por terrenos o por mujeres ¿por qué más sería?; pero, al final, se comprenden a punta de cañazo de Pachachaca. La vida les da tragadera y gozan de gollerías; pero, siempre hay un pero en la vida. Tienen su debilidad. No pueden ni podrán vivir sin la ayuda de los milicos. Son machitos de la barba para afuera, pero tienen mucho miedo en el fondo de sus corazones. Cuando llegaron los terrucos parecían ratoncitos buscando un hueco donde esconderse. Los hubieras visto, hijo mío: Andaban afanosos de acá para allá con su carita de dame medio. Les faltaba culo para correr. No les importaba ni sus hijas ni su propia esposa: las abandonaban como carne de cañón de los alzados. Corrían como almas en pena y lloraban a causa del ganado y las cosechas que perdían. Yo no tenía miedo a los terrucos, porque al final no había nada qué perder; pero los señorones andaban con los ojos aguanosos como mujeres abandonadas. ¡Así son estos jijunas, hijo mío!

Con los terrucos pasamos una vida muy jodida. Fusil en mano se llevaban fanegas de nuestro maicito y los cabritos que criábamos, y nos obligaban a prepararles la comida y la chichita para sus caminatas. Nos decían cabezas negras si no cumplíamos con sus órdenes y nos fusilaban como a perros sin dueño, ahí mismito, delante de todos para que sirva de escarmiento. Vivíamos con el corazón en la garganta, sin saber qué hacer ni a dónde ir. ¿Qué podíamos hacer? La suerte estaba echada para los indios. Una tarde pasaron por Yaca como los tiyulas, como zorros experienciados, sin que nadie pudiera darse cuenta. Cruzaron Casinchihua, Antarumi y Pampatama por la orilla del río, abriéndose paso a machete limpio en medio del monte. Finalmente llegaron a Santa Rosa haciendo tronar sus fusiles. Volaciaron el municipio, la comisaría y la casa del gobernador. Los guardias se habían fugado antes de que empezara la reventadera. Luego, nos reunieron en la plaza. Fuimos nomás sin protestar, con la cabeza baja, como toros aradores. Aquella vez, rapidito nos dieron sus charlas y luego se llevaron a nuestros chiuchicitos y a nuestras pasñitas, dizque para que sirvan en su ejército. Nunca más nuestros ojos han vuelto a ver a esos enrolados. Los arrieros que pasaban por el valle nos contaban que los habían visto por las cordilleras de Huancavelica y Puno. Los alzados nos decían que algunos habían muerto en combate y otros estaban prisioneros. ¡Qué será, hijo! El asunto es que nunca más se les ha vuelto a ver en Santa Rosa. Nuestros padeceres se repetían: Ellos golpeando nuestro corazón para hacerlo sangrar; nosotros, esperando arrebiatados la terminación del mal tiempo.

Luego, llegaron los milicos, dizque para matar a los terrucos, para desaparecerlos de este mundo. Bueno, Gumercindo, te diré la purita verdad. Si sufrimos padeceres con los hacendados y con los terrucos, eso no es nada comparado con lo que sufrimos con los milicos. Los hacendados nos acusaban de terrucos y los militares nos encarcelaban; nos torturaban y nos metían de cabeza a sus cacaderas. Teníamos más miedo a las bases militares que al propio paludismo.

¡Qué suerte de perros, hijo mío! Había llegado para nosotros el tiempo del sufrimiento. La base militar era un infierno de donde salías retaceado si es que lograbas salir ¿Qué habíamos hecho para merecer tanto sufrimiento? ¡Nada! Trabajar nuestras chacritas, pastear nuestro ganadito, vivir en paz esperando contentos el tiempo del descanso y de la abundancia. ¿Eso era pecado? ¡Carajo, todo se malogró con la llegada de los milicos!

Un día, hijo mío, me agarraron cuando terminaba de sacar yuca y camote de nuestra chacrita en Santa Rosa. ¡Indio terruco, conchatumadre! Ahora sí, carajo, te jodiste por traidor a la Patria, me dijeron. Eran cuatro soldados y un militar gordo, altazo y gringo, que parecía el mandamás. Mi “Capi”, le decían los soldados. Pero, antes de que terminara de darme cuenta qué es lo que me estaba pasando, me golpearon en el cogote con la culata del fusil y caí al suelo como un costal de papas. Tomando fuerzas desde mis adentros quise levantarme, pero me remataron a patada limpia. Luego, el “Capi” me pisó el cuello con sus grandes botas negras hasta hacerme sangrar por la boca. Después me cargaron los cuatro soldados como a un borrego muerto. Me dolían toditos los huesos y aunque no tenía fuerza para hablar, me daba cuenta todavía de lo que hacían. Yo dije, me llevarán a la base. Ahí sí que estoy jodido. Pero, no. A dos horas de Santa Rosa había una cabaña abandonada en Pampatama. Ahí me botaron como a un perro envenenado. En la noche me preguntaron sobre el paradero del mando Filiberto. Yo no sabía quién era ese mando. Quizá habría venido en la incursión a Santa Rosa. Pero yo no sabía quién era ese Filiberto, ni cómo se llamaban los otros. No me creían. Me torturaban más y más y; de tanto castigo, quedé desmayado. Desperté al día siguiente: Otra vez la misma vaina, ¿dónde está el mando Filiberto? Y yo: no sé papacito, no conozco al mando Filiberto, patroncito. Les decía papacito, patroncito, desde el fondo de mi corazón, pensando en que quizá me comprenderían y me darían libertad. Pero estos malnacidos no tenían corazón. Seguían matándome poco a poco. Y como no podía decir dónde estaba ese mando, fueron de noche a la comunidad y trajeron a tu madre y a tu hermano Saturnino. El Satuco tenía trece añitos. Entraron ellos a la cabaña y tu mamá vino hacia mí, diciendo: Ay Presentación, Papacho, qué te han hecho estos blancos maldecidos.

De pronto, el “Capi” dijo: amarren al chivolo y a este hijo de puta. Amárrenlos fuerte, carajo, como para que vean algo bueno y nunca más traicionen a la Patria. ¿Qué Patria? ¿Quién es esa Patria? Yo nunca había traicionado a esa señora. Así fue que me chaqnaron fuerte, al igual que a tu hermano Saturnino. Luego, dijo: Oye indio carajo ¿Cómo has dicho que te llamas? Ah, Presentación ¿verdad?. Presentación Huahuasonqo ¿no? Sí patroncito contesté, me llamo Presentación. Luego trajeron a la habitación a tu madre, corazón de cuculi, miel de caña. Entonces los soldados la tumbaron al suelo agarrándola de sus manos y de sus pies, hasta ponerla sin ninguna defensa. Ahí es que el “Capi” se bajó el pantalón y la violó en medio de gritos y pataleos. A mí me dolía el corazón al igual que al Satuco. Nos mataba la impotencia. Mis ojos buscaban los ojos de tu madre para consolarla, pero ella no quería mirarme como si tuviera la culpa. Como si ella me estaría engañando por su voluntad. Entonces nos miramos con el Satuco y lloramos en silencio nuestro maldito destino.

Al día siguiente, otra vez las mismas preguntas y yo sin saber qué contestar o qué inventar para que termine nuestros padeceres. Lo peor de todo es que me decían que debía acompañar a un pelotón para enseñarles dónde se escondía el mando. ¿Te das cuenta Gumercindo? No podía ni mentir, porque si no se igualaba mis palabras con la realidad, me mataban de un tiro en la cabeza. Es que yo no sabía nada, te lo juro, hijo mío. Entonces, como no les decía lo que buscaban volvieron a traer a tu madre y; otra vez, los soldados agarrando a tu madre y el capitán encima abusándola, a su regalado gusto. Al tercer día llegó otro militar más ranqueado. Conversaron con el “Capi” algo de dos horas y pico. Al final decidieron liberar a tu madre y a tu hermano, y a mí me llevaron a la base. Así fue, Gumercindo, pequeño mío. Al poco tiempo, el Saturnino se había enrolado a la banda de los terrucos y de esa manera perdí aquel hijo tan querido, porque nunca más lo volví a ver en mi perra vida. Dicen que lo balacearon en un enfrentamiento de Huancavelica. Así murió mi pobre Satuco.

Estuve en la cárcel de Abancay nueve años hasta que se comprobó mi inocencia gracias a la defensa de los curas. La iglesia me puso dos abogados buenazos y salí el año pasado de aquel infierno, desesperado para reencontrarme con ustedes. Ahora, aunque estoy enfermo y viejo, soy feliz a vuestro lado, en nuestra chocita, al lado de nuestro huerto y de nuestros maizales. Tú y tu madre son mi único consuelo y esperanza. Seguiré trabajando hasta que me dé las fuerzas. Los entendidos dicen que ha pasado lo peor, que ha llegado el tiempo de descanso. Por ahora, aunque seguimos pobres, no friegan los hacendados, no nos abusan los terrucos, ni nos joden los milicos. Pero, recuerda siempre lo que te estoy diciendo: Nunca te fíes de estos satanases. ¡Ellos son de otra raza, hijo mío!

Presentación Huahuasonqo exclamó aquellas palabras con seguridad, posando su mirada en los ojos zarcos y el oro reluciente de la cabellera de su pequeño hijo. ¡Así son estos abusadores, Gumercindo! Estate alerta; en cualquier momento pueden lanzarte sus garras, volvió a decir, mientras su hijo de ocho años asentía con un leve movimiento de cabeza aquellas frases temblorosas.

Pasaron sudando por Paqpachaca, aquel puente colgante construido sobre la cima de dos cerros. Abajo, el río parecía hervir en burbujas virulentas. Pronto debían pasar por Yaca; pero, Santa Rosa aún estaba a ocho horas de caminata. A lo lejos, los dos campesinos parecían dos huarangos chamuscados en medio del verdor ardiente de la quebrada.

E L T R A N S F U G A.




POR: JUAN C. RAMOS PERALTA *.

La tarde va languideciendo lentamente, el viento aumenta en intensidad y el cielo nublado anuncia la proximidad de la tormenta, que es como la que yo llevo en mi interior, una tormenta de sentimientos contradictorios, de ansiedades, aflicciones, pesadumbres, anhelos, oportunidades perdidas de repente sin razón, arrepentimiento, alegría por lo que finalmente hice, pero para que los comprendan es mejor que los entere de el porqué de los mismos...sentado en el puesto de ropas que tenemos voy recordando mi vida, mi pasado político, la frustración de no haber podido cumplir con nuestros hermanos lo que prometimos, sembramos muchas esperanzas y no cosechamos nada, tengo siempre presente como me inicie al lado de Guillermo Illacona, si Illacona, el famoso congresista "campesino" y ahora repudiado tránsfuga ...aquellos lejanos años, como incursionamos en la vida política desde nuestra comunidad de origen como fuimos ascendiendo poco a poco desde dirigentes de los alpaqueros, luego de la Federación Campesina Departamental hasta la llegada de él al Congreso, como nos sacrificamos un grupo de gente, desde las épocas de las primeras campañas del Guillermo, comenzando la lucha primero para la Alcaldía Distrital, luego para Provincial y finalmente para el Congreso, haciendo mitines, pegando afiches por pueblos y campos, pintando letreros en las paredes y cerros, congelándonos de frío allá en las alturas de Mazocruz, Palca y Ccapazo, yendo de casa en casa, por esos parajes desolados, llevando el mensaje de la reivindicación del campesino, primero con pocos recursos y después con mayor apoyo, con las camionetas del Municipio ya, cuando estuvimos en la provincial, ...después vendrían los costeñitos, con el plato servido, que lo rodearon y se volvieron su gente de confianza, oportunistas que con la etiqueta de “asesores” nos fueron desplazando poco a poco a quienes lo acompañamos desde el comienzo, esa es parte de la historia.
...aún recuerdo el día que al Guillermo el Partido le hizo la ceremonia de recepción por su elección como Congresista de la República, el local estaba lleno de militantes y simpatizantes, desde Lima había llegado un representante del Comité Ejecutivo Nacional, cuando ingresamos fuimos recibidos con aplausos, había también gente de nuestra zona, los varones con sombreros y chullos, las mujeres con sus mantones y polleras, orgullosos de que uno de los nuestros haya llegado a tan alto puesto; bonito el salón, el piso reluciente de cuadrados de loseta brillante, en las paredes y columnas, espejos, yo un poco cohibido con tanto lujo.. aunque pronto nosotros también tendríamos no solo esto sino cosas mejores en Lima, en el Congreso, esos salones y pasadizos como el de los pasos perdidos, pura alfombra roja, como ví una vez en la televisión, ...Lima, ay Lima, yo como su hombre de confianza, me haría cargo de su seguridad, de servir de enlace con la gente, viajes, todo, ...habíamos llegado al poder; el Secretario del Comité Ejecutivo Departamental hizo la presentación y le cedió la palabra a Guillermo, el que luego del saludo empezó agradeciendo al partido y principalmente a su líder, al que renovó su juramento de fidelidad y prometió ayudar en las próximas elecciones Presidenciales, el que desde su foto, que habían colgado en la pared, rechoncho y con su bigotito, parecía decir, ¡ a la próxima si ganamos !, aunque por ahora solo me quede como alcalde de la Capital del país, ....se comprometió a trabajar por el desarrollo del departamento, los aplausos no se hacían esperar, habló de los campesinos los marginados de siempre, que ahora sí estarían representados, ..
- hermanos, decía, mostrando su credencial de Congresista, ahora ya hemos llegado al poder, basta de engaños, vamos a trabajar con honradez, limpiamente, vamos a rescatar los valores de nuestros antepasados, el ama sua, ama llulla y ama kella, ..no ser ladrón, ni mentiroso, ni ocioso.., nuestros paisanos emocionados lo vivaban, lo vitoreaban ¡ Guillermo, Guillermo !, ...no ser mentiroso, y al final que resulto, el mas mentiroso y no solo eso sino que nos traicionó a todos, nosotros luchando contra la dictadura, haciendo las marchas, protestas y él termino sirviéndola, pero en ese momento nada de eso nos imaginábamos, ...al final terminó su discurso en el idioma nativo y realmente yo también se lo creí todo, carajo,..
¡ ahora si se haría algo por nuestra gente !, aunque mirando a los costeñitos, la desconfianza, la duda me corroía, nunca confié en ellos, pero creí que el Guillermo no se iba a dejar mandonear del todo, para eso estábamos nosotros y las bases, pensaba, cuán equivocado me encontraba, no me imaginaba hasta donde llegaría su ambición y oportunismo; ..luego de terminada la ceremonia, estuvimos hasta tarde celebrando, ..ahora sí habría presupuestos para los Municipios, apoyo para las comunidades ....tanto camino recorrido y para qué, para terminar repudiados, odiados, corridos por nuestra propia gente, cuando se enteraron que se había pasado al gobierno, apenas si nos toleraban en el pueblo, veía sus miradas de odio y desprecio cuando pasábamos, a mi mujer ya la habían insultado en la plaza.

...el cómo salí del entorno del Guillermo, es anecdótico y curioso, no se si hice bien o hice mal, fue en la última reunión que tuvimos, después que se hizo público su paso a las filas del régimen, nos convoco de urgencia a los mas cercanos, trató de justificarse, ..que siendo de oposición no íbamos a lograr mucho, que no nos apoyarían, que no aprobarían nuestros proyectos, que ahora sí podríamos hacer mas, si el gobierno controla todo, los canales de televisión, los periódicos, a los empresarios, los comedores populares, todo...
- acá molestarán algunos dijo, pero después se calmaran y no pasara nada, ..lo aceptarán ...no lo veía muy convencido, empezamos con trago corto, estuvimos tomando, los costeñitos trataban de animarlo,
- no te preocupes, le decían, ahora vamos a tener mas apoyo, si estamos con la mayoría, la gente va a pitear un rato pero después se les pasara, cuando hagamos llegar un par de tractores, algo de herramientas y víveres, van a dejar de joder, ..además el hombre, se referían al Presidente de entonces, tiene para rato,...
...la palabra traidor, traidor, resonaba en mi mente, sabía que no tenia que dejarme dominar por esa sensación de asco que me producía su, su ...traición, en realidad no había otra palabra... unas horas antes en la mañana, lo encare de buenas, - cómo has hecho eso, le dije, no ves que nos van a odiar, no ves que es una traición?, que te has quemado y a nosotros también?, ahora como vamos a presentarnos en las comunidades, nos van a correr.....

- no te metas en esto, yo sé lo que hago, contestó, y no quiero hablar más, tu ocúpate de tus cosas y punto, total no te perjudicas, si te voy a llevar a Lima, que mas quieres, ...buen sueldo, viajes, mujeres, lo demás lo arreglamos, .....y viéndolo bien realmente tenía que pensar en mi familia, mis hijos, ...tragarme todo y seguir con la procesión por dentro como dicen, casi no hablaba con nadie me zampaba trago tras trago, me sentía confundido, en mi mente se mezclaban emociones encontradas, cruzaban rápidas las imágenes, los momentos de lucha que habíamos tenido, como nos habían hecho imposible la vida los gobiernistas, al cierre del mitin de fin de campaña la policía había arremetido contra nosotros, nos gasearon, algunos compañeros salieron heridos, ...y ahora aliarnos con nuestros enemigos como si no pasara nada, pero qué podía hacer, la plata no alcanza, también pasamos necesidades, mi mujer vendiendo sus productos, no da mucho, hay demasiado ambulante, mis hijos que cada vez piden más, que los cuadernos, los uniformes, las cuotas, la comida, el otro día la Lucyta se enfermó y correteando de un lado para otro en el hospital, las medicinas son caras, ha hacer lo que sea para que mi guagua sane, solo nos salva lo que gano ahora como empleado en el Concejo, ... no sé, creo que mejor me iba, ya estaba mareado, no fuera a cometer una locura, alguien me alcanzo otro vaso, este más y punto me quito, ... y estos maricones que festejaban como si se hubieran sacado la lotería, ...de lo que vino después no recuerdo mucho, dicen que en un momento lo encare al Guillermo, que me raye, que lo insulte, ...traidor, traidor, maldito, maricón de mierda, por plata te habrás vendido,... que quise pegarlo, forcejee, que me agarraron y me sacaron a rastras a la calle y aún desde ahí seguía vociferando, milagro no me maletearon, no recuerdo como llegue a mi cuarto..
... al día siguiente, vino a mi casa el Raúl, mi más cercano amigo de andanzas,
- que qué cojudez has hecho, me increpó, te jodiste, el Guillermo no quiere saber nada contigo, no quiere verte ni pintado, que estas despedido, que ni te acerques,...... así me quedé sin trabajo, sin compañeros, sin nada, y en ese momento no sabía si hice bien o mal, tal vez inmediatamente debí ir a rogarle que me perdonara, que todo había ocurrido entre tragos, que estaba arrepentido, que el me conocía de tantos años, cómo lo había acompañado, que siempre le fui fiel ...pero ahora, ahora que cayó el régimen creo que hice lo correcto, aunque no lo sé, ..porque trabajo no hay y de ayudar nadie ayuda, allá por lo menos tenia un sueldo.... empiezo a reencontrarme con la realidad, a salir de mi letargo, el sonido de la lluvia que se hace más fuerte y golpea el techo de plástico me regresan al presente, el agua empieza a correr por el piso, sentado en el banco escucho la voz de mi mujer que grita,
- ¡ qué te pasa !, estas sordo? , ayúdame a recoger las ropas, se están mojando, reacciono, me levanto, mis zapatos nadan en el lodo, a guardar todo, apresuradamente, hacer los bultos, la gente corre de un lado para otro buscando refugio, total la vida sigue, ...solo, solo espero que el próximo gobierno sea mejor, transparente como el agua clara de la lluvia que limpia toda la suciedad de la calle y que lo haga con toda la corrupción que hemos vivido.

* Ganador del Concurso ´´ LOS MEJORES ESCRITORES DE PUNO´´, convocado por el diario Los Andes.

EL LABERINTO




A todos aquellos que no tienen el temor de atravesar un laberinto.

Estoy caminando hacia las nubes que me llevaran a otro mundo; mundo de orden y de virtudes, de sosiego y placidez. Ha transcurrido casi un siglo desde aquel día, hoy estoy tranquilo y mi cuerpo es otro; y sobre todo el mundo, la vida, el mal y el bien, son entendidos a la perfección.
En aquel entonces terminaba de cursar el tercer año de estudios en la Facultad de Antropología de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cuzco, como todo estudiante en la plenitud de su carrera profesional, luego de cavilar varios días sobre mi futuro, tomé una decisión, esta era que me internaría en un laberinto, pero al ser comentado a mis mejores amigos, Juan, Toño y Samuel; estos mostraron descontento y desacuerdo con mi decisión –No lo hagas, tienes toda una vida por delante-. Me dijeron.
Un día antes de iniciar la búsqueda, visité al hermano Tomas que era el Hermano Superior del Seminario de San Antonio, a él lo conocí en la Universidad en donde nos hicimos buenos amigos hasta el punto que me invitó a seguir la vida del sacerdocio en su Seminario, proposición que rechacé por distintas razones ponderables; una de ellas era que me gustaban las mujeres y lo maravilloso de ellas; sus sonrisas, sus largas cabelleras negras, sus cuerpos, y su no se que. El otro motivo fue por el gozo a la aventura, el conocimiento del pasado y sobre todo la idea de ser recordado algún día como uno de los historiadores mas afamados.
Cuando entre al despacho del hermano Tomás, él estaba ocupado y me pidió que esperara; luego de unos minutos empecé diciéndole que era mi último adiós y que le agradecía por todo: sus consejos, sus observaciones y sus enseñanzas; pidiéndole a la vez que fuera a la casa de mis padres al cabo de siete días y narrara, con toda calma, a mi familia que no volvería más y que se resignaran por mi perdida. – ¡No estas preparado aún para cumplir tu decisión, necesitas pensar en el vació que dejaras en tu hogar y en la misión que te ha encomendado el Señor para estar en esta tierra! – me expresó. El hermano Tomas tampoco estuvo de acuerdo con mi disposición, pero no podía negarse a mi última voluntad.
Cuando salí del Seminario, sólo faltaba despedirme de mi enamorada a quien busque a medio día en su restaurante, la acompañé a almorzar y luego nos fuimos a caminar por las calles tomados de la mano. De pronto inicie a contarle todo, ella empezó a llorar y pedirme que no me fuera y al ver su tristeza más pudo mi ser que el amor que sentía por ella, fue entonces que me quise aprovechar de la situación y le pedí que hiciéramos el amor, ella aceptó y nos fuimos a su habitación e hicimos todo lo que una buena despedida ameritaba.
Al siguiente día ni bien sentí en mi rostro los primeros rayos del astro rey, salí con mi mochila de víveres e instrumentos como: soga, cuchillo, linterna, fósforo, pilas, ropa deportiva, casaca, buzo y brújula; mi crucifijo para demostrar que era un buen cristiano y mi perfume por si encontraba en el camino a alguna Ñusta.
Entonces me encaminé por la cuesta San Blas, al terminar de subir, tomé la izquierda y continué el camino. Alrededor de las ocho de la mañana llegue a la puerta de la Chinkana, ella estaba ahí rodeada de graderías, andenes y asientos incas; invitándome a entrar a su interior. Luego de realizar el saludo al Sol y de conversar con la Pachamama, decidí entrar.
Todo estaba completamente oscuro, quise acostumbrarme a este ambiente lóbrego pero no pude, entonces encendí la linterna y al encenderla pude ver y observar mientras caminaba que de las ranuras de las piedras salía agua, mucho agua... y mis ojos se cerraban.

Desperté de repente y traté de mirar a mi alrededor todo era de color negro, mis ojos no me respondían, mi linterna no encendía, estaba empapado al igual que los fósforos, comencé a desesperarme cuando de repente me acordé de las pilas y al tacto cambie las baterías de mi linterna y entonces se hizo la luz, y con un respiro profundo intenté mirar con la ayuda del candil todo cuanto me rodeaba, fue cuando advertí debajo de mis pies unas gradas de piedra idénticas a las que vi antes de entrar, pero estas eran mas anchas e infinitas, concluyendo a que estas conducían hacia algún lugar y como el lugar me interesaba, no importaba si se trataba del cielo o el infierno, bajé las gradas y al mirar la brújula, ésta se encontraba descontrolada, entonces miré mi reloj y éste se había paralizado; la furia y la decepción se hicieron de mí descontrolándome, así que arrojé los dos objetos y continué bajando.
Había perdido la noción del tiempo cuando me encontré frente a lo que se asemejaba a siete pórticos, y sin pensar decidí entrar por el que se encontraba a mi derecha y caminé y caminé hasta cansarme, pero no llegaba a ningún lugar ni salía de aquel lugar, por lo que me senté a descansar un poco.

Al despertar encendí la linterna y me encontraba frente a otros siete pórticos, pero esta vez me detuve a pensar cual de ellos tomaría, y mi conclusión fue que tomara el de la derecha. Estuve tantas veces frente a siete pórticos y en cada situación siempre tomaba el lado derecho hasta que mi ansiedad murió así como se acabaron mis víveres, las pilas y los fósforos; sólo había agua por doquier y estas se escurrían por las piedras de mi alrededor. Decidí volver pero cuando di vuelta a tras no era posible no sabía por cual de los pórticos había salido. Fue allí que sentí morir, entonces me recosté en un rincón mientras mis ojos se cerraban.
Sentí una helada brisa que pasaba por mi lado y unas voces que me decían –despierta , despierta”- abrí los ojos y vi un hombre vestido de blanco, de tez trigueña, cabello negro y largo, quien dijo que me levantará para mostrarme la maravilla de la Chinkana. Me levanté y miré a mi alrededor todo aquello estaba con luz, dentro de la roca había un sistema de iluminación.
Al caminar se abrió una bóveda que en su interior tenía choclos, serpientes, pumas, vizcachas, aves; todo de oro y plata; un altar en cuya cima se encontraba una cruz gamada parecida a la orden del Acuarius, también de oro con incrustaciones de piedras preciosas.
Estaba perplejo cuando el hombre me dijo: -haz sido merecedor de observar todo esto por elegir siempre tu derecha, pues sólo al elegir una ruta eliges una salida.
Luego nos dirigimos hacia otro lugar que también tenía una bóveda en cuyo interior existía siete pantallas y en cada una de ellas se podía observar distintos lugares del mundo, en el primero estaban las pirámides de Egipto, en la segunda pantalla estaban la construcciones Aztecas, en la tercera se hallaba la muralla China, en la siguiente estaba Machupicchu, en otra, el Ganges, en fin todo el mundo; cuando mi interés estalló en preguntas: - ¿qué es todo eso?, ¿por qué observamos a los demás?, ¿Por qué sólo siete pantallas?, ¿qué significado tiene el número siete?.
-Siete es un numero exacto, la tierra sólo tiene siete lugares magnéticos que son vigilados por los Incas, el hombre tiene siete Chacras que le permiten la vida, siete son los órganos importantes del hombre, el hombre llega a siete niveles de superación mental; en fin todo es siete... - me dijo el hombre de blanco.
Salimos de la bóveda y entonces me mostró uno de los caminos hacia la Catedral del Cuzco no era una ruta a seguir sino una secuencia de reloj; caminamos de derecha a izquierda y en circulo. Más tarde el hombre de blanco me entregó mi brújula y mi reloj en perfecto estado y funcionamiento. Posteriormente retornamos al corazón del laberinto, en donde me mostró una habitación que cuyo interior tenía una mesa alargada de piedra ubicada exactamente en el medio del cuarto invitándome a dormir en aquel lugar. Al día siguiente me llevó por esas rutas desconocidas hacia el mar, no sé en que playa estaba si en Lima, Ilo, Tacna o Tumbes; y mostrándome el mar expresó: -Este es el único lugar en el que el hombre durante cuatro siglos, luego de la conquista de mi pueblo, no ha podido lograr una vía de comunicación terrestre de continente a continente, pero a través de las Chinkanas los Incas han viajado y el hombre de hoy podría viajar.
Luego de varios días de recorrido en el laberinto; de haber visto reptiles gigantes, animales esculpido en oro y plata, de entrar en chullpas subterráneas, de observar países del mundo, y de haber conversado sobre la vida del pasado, del presente y del futuro; se me concedió el deseo de retornar a mi casa con un objeto de oro y otro de plata que yo elegí, con la condición de nunca contara lo vivido dentro de la Chinkana.
Accedí en todo y luego de mi último sueño dentro de la Chinkana, me encontraba a los pies de Cristo Blanco y en mi mochila había una mazorca de plata y una estatuilla de Puma en oro puro.

LA MUCHACHA DEL CURA



Heber Ocaña Granados

El lugar era desolado, y por esos años muy fácilmente se podía escuchar el griterío colérico de los grillos y el trote largo de los caballos. A los del pueblo, se les podía contar con los dedos de las manos. La paciencia y el silencio dominaban el lugar.
Los visitantes llegaban a pie o a caballo, entraban por una calle de chozas indias, con dos o tres casas de adobes, una que pertenecía al teniente gobernador D. Luís Maguiña, viejo tendero, respetable, que parecía reycito entre sus paisanos.
Rubén Proctor, inglés y partidario de la libertad hispanoamericana, era un excelente trotamundo. Hizo su recorrido por la costa peruana y pudo observar a su arribo a Huarmey, un cura que dirigía la parroquia. "Hombre instruido que me entretuvo con sus cuentos sobre las costumbres de los indios del interior (valle de Huarmey) entre quienes había residido y cuya lengua conocía”.
Proctor hace algunas revelaciones sobre las pocas edificantes costumbres del cura de Huarmey; "Una preciosa muchacha, interesante, dolada de una voz melodiosa y dulce, entretenía las horas del sacerdote, y rompía el silencio y monotonía del ambiente lugareño con canciones, que venían acompañada con el trinar de una guitarra", El cura Gavino Uribe, natural de Aija, Jefe de los guerrilleros de Huarmey y pueblos de las vertientes, desempeñó el curato de Huarmey desde 1820 hasta 1850, año en que fue aceptada su renuncia y declarada vacante la parroquia.
Luego de su renuncia, sirvió voluntariamente a la doctrina de Huarmey, porque en ella, había encontrado el sosiego, la libertad, y veía pasar el tiempo sin reproche, mas bien con santa paciencia y devota resignación, porque la voz de la muchacha que el cura tenía como compañía en sus momentos de ocio y descanso, animaba sus instintos de varón y le hacía sentir los aires frescos del silencioso pueblo de chozas indias y casas de adobes. Hizo construir la iglesia, fundó además dos escuelas para varones y niñas: y todo con su propio peculio, y es que cuando los hombres aman, dejan a su vida perderse por su pasión, y se olvidan de su condición. La india fue la única que pudo complacer sus gustos sin reproche. Las tardes eran convertidas en música; y las noches, en quejidos excitantes, que las sordas imágenes de la parroquia, no alcanzaban a oír, eran mudos testigos de aquellos amoríos ocultos.
Gavino Uribe, hizo sus estudios en el seminario de Santo Toribio de Mogrovejo, ordenándose de sacerdote y se doctoró en la Universidad de San Marcos, en la facultad de Derecho.
Cuando tuvo que regresar a su tierra Aija, tuvo intenciones de volver cada cierto tiempo a su antiguo lugar de trabajo y descanso; Huarmey. Esperaba que la luna iluminase la noche y el tiempo sea despejado, los caminos de herradura eran angostos y no era nada seguro el viaje. Por ello, hizo construir un nuevo camino entre Aija y Huarmey.
El cura nunca pudo olvidar a la bella muchacha india, la conoció para que muriera conjuntamente con su recuerdo. La vida le había prodigado una bella ilusión, la bella Warmy había sido para él, como el río es para el mar o la luna es para el sol.

TRES PELUCHES VIVIENTES



Geny Francisco Cárdenas Palomino

I
El almacén despedía un olor penetrante venido de alimentos guardados y pasados, el ambiente lucía un desorden típico añoso. La despensa de la familia no había sido tocada como hacía dieciocho meses, desde que falleciera mi madre. Ninguno de nosotros ya vivía en aquél lugar histórico, denominado según tradición como: “Ciudad de la Fantasía”, o “Tierra Mágica de lo Real Maravilloso”. En un rincón del cuarto seguían aún apilados y arrumados unos doce costales de cebada, otro tanto de cueros secos, lana guardada, cajones de cartón, papeles, periódicos pasados y archivos de memoria familiar. Ingresamos con cierta melancolía al típico cuarto de antaño, más el ambiente recién abierto guardaba y despedía al mismo tiempo un aire enrarecido, que nuestros cuerpos reaccionaron rápidamente con respuestas convulsionadas de estruendosos estornudos “coros sinfónicos de –jachis-” desesperados y desentonados, emitidos por parte de cada uno de los ahí presentes.
II
Según versión de mi hermana Judith, nuestra gata había “muerto de pena”, a casi medio año después que falleciera nuestra madre. Esta gata llamada “Mojigata” jamás tuvo prole, pues para ella todos los gatos vanidosos eran lentos y pasmados como si padecieran todos los gatunos la enfermedad de las articulaciones como es “la gota”. Judith decía que nuestra gata “Mojigata” se burlaba de sus ocasionales galanes romanceros, maullando y cantando estas coplas trabalengua:

“Oye gato que tienes –gota-
pero que no tienes gata
jamás me convenzas
con un alegato.

Pues este otro gato
que no tiene –gota-
y no sabe que es un alegato
tiene muchas mojigatas

Prefiero un
mojigato gateador
antes que un vanidoso
gato alegateador”.
¡Olé… Olé… gato alegateador!”
Y al son del olé, olé, ningún gato romancero, pudo enamorarla y conquistar su corazón hasta llevarla “Al altar”.

En aquel instante, a casi año y medio de no abrir nuestro almacén, y ahora sin tener un guardián joven de la estirpe “Mojigato” o de la recordada Mogigata, era de esperarse tener en el lugar un cuartel de pericotes, pero que a simple vista ahora no había ninguno. Sobrepuestos a todo, desapilamos una a una la ruma de costales de cebada para pesarlas, cuando al alzar uno de los costales del medio, aparecieron de pronto ante nuestros ojos varios nidos de ratones que a nuestra presencia emitieron bárbaramente sus ruidos chillones, huyendo en cualquier dirección, mostrando a su vez sus fabulosos saltos de altura -de abajo para arriba- duplicando, triplicando o cuadriplicando su propio tamaño.

Hoy comprendí que Dios creó a los humanos, animales o vegetales con ciertas facultades, bondades o limitaciones que difieren entre una especie y otra. Hoy entendí por ejemplo que, un humano al compararse con un simple ratón no igualará el récord equivalente a su salto alto. Tampoco nuestro organismo humano nunca podrá alimentarse de papeles o cartones para convertirlos mediante metabolismo en valiosísimo alimento, como sí logra hacerlo cualquier roedor. Ver papeles o periódicos pasados, desmenuzados, alborotados y en boca de pericotes es para mí una enorme lección de vida comparada que hoy aprendí.

Los gritos chillonescos no sólo se apoderaron de los ratones acoquinados, sino también de mis hermanas Judith y Gloria que clamaban “auxilio” , “S.O.S” muy desesperadas, no atinaban qué hacer. Más luego, pungidos de valor comenzamos todos a perseguirlos acosando a cualquier pericote, armados de herramientas, votamos y matamos a escobazos y palazos varios roedores entre grandes, medianos o pequeños.
“La guerra entre roedores y miedosos” supuestamente había terminado al cabo de casi una hora. Se arregló de cualquier forma el almacén y sacamos los costales de ganancias. Dirigiéndome a la sala, vi a lo lejos el rostro cándido de mi hija muy sonriente, no lograba explicarme el motivo de su radiante felicidad. Acercándome observé que la invasión de los engreídos del bienaventurado y venerado “San Martín” no solo había llegado al almacén sino a la casa entera.
En nuestra sala se había armado un “inverosímil espectáculo circense”, pues tres diminutos ratonzuelos se habían apostado y jugaban muy felices entre ellos. Uno de ellos comía una galleta “a dos manos” muy graciosamente que supongo mi hija le había invitado; el segundo jugaba entre cosas y muñecos de trapo a la vista; en tanto el tercero, mantenía su mirada firmemente hacia el cielo como rezando a pie juntillas.
Llamé entonces rápidamente a los “guerreros antiroedores” que armados nuevamente con escobas, palos y palas se acercaron sigilosamente a la sala dispuestos inmediatamente a “restablecer el orden, seguridad y limpieza de la sala”.

III
No hubo ninguna etapa del caudillesco restablecimiento, porque en décimas de segundos quedamos fascinados y seducidos al advertir en aquel instante “una escena de vida real- maravillosa”, comprendiendo que en la sala había una niña cautivada por “tres diestros y minúsculos inquilinos”, y en fin enamorada de pericotes.

Instantáneamente del pensamiento y el lenguaje de la niña destelló como una jugada brillante del deporte ciencia: El ajedrez, que ante un inminente ataque planteó estratégicamente la consagrada “Defensa Siciliana”, moviendo con certeza y habilidad su ficha, ahora su lenguaje y decirnos: -“que no matemos a sus tres peluches vivos”, explicándonos que el pequeño roedor de la fe, al cual todos prestábamos mucha atención, dizque: “Rezaba a Dios por la vida de sus hermanos” y “No era humano matarlos”. Contemplamos unidos la gracia de estos tres diminutos pericotes y nadie tuvo el valor de sacrificarlos, para finalmente dejarlos libres.

Mi nena sentenció: -“La vida debe ser vida y no muerte, como las ocurridas con mi querida abuelita o la de mi gata Mogigata”. Terminó diciendo: -“Así es la vida papi”. Yo sólo atiné a pensar: “Así es la vida, así es el amor”.